Hna. María de Guadalupe Castillo Zapata.
Oblata de Jesús sacerdote
Las oblatas de Jesús sacerdote somos llamadas por gracia de Dios a seguir a Cristo sacerdote y víctima, por esto, debemos trabajar para llegar plenamente a la trasformación en Jesús sacerdote, hasta llegar a ofrecernos por él, con él y en él como hostias vivas, santas y agradables al Padre, para la redención del género humano. De ahí nuestro nombre de “Oblata de Jesús sacerdote”, nombre que encierra nuestra mística y nuestra misión dentro de la Iglesia.
Dios nos pide ofrendar nuestra vida por todo el pueblo sacerdotal, de manera especial por los sacerdotes y las vocaciones sacerdotales.
Una manera concreta de hacerlo es orando todos los días ante Jesús sacramentado, de manera personal y comunitaria, ofreciendo por ellos nuestras oraciones, sacrificios y todo nuestro trabajo, a fin de que perseveren en la vocación a la que Dios les llama y sean pastores como Jesús quiere y la humanidad necesita.
Nuestra colaboración se sintetiza en sostener con la oración y la entrega de la vida, la vocación de los seminaristas y la santificación de los sacerdotes
En el Seminario de la arquidiócesis de Yucatán, así como en los seminarios donde nos encontramos, el modelo perfecto de nuestro apostolado y servicio es: María en Nazaret, quien colaboró en la misión de la redención humana y formó al único sumo y eterno sacerdote: Jesús.
Lo hizo con amor maternal, sencillez, humildad y hasta en el ocultamiento. Ella nos inspira a realizar nuestras acciones apostólicas con amor maternal.
Para una oblata de Jesús sacerdote contemplar los frutos de la entrega de Jesús sacerdote y de ella misma son, descubrir y percibir en los jóvenes que ingresan al seminario un cambio gradual en sus personas, en su actuar, en la asimilación de su proceso formativo como una configuración con Jesús el Buen Pastor y contemplar su llegada a la ordenación sacerdotal.
Ver sacerdotes con el firme propósito de ser coherentes y radicales a seguir el estilo de vida al cual Dios los ha llamado, sacerdotes fieles a Dios y a la Iglesia que se entregan por su gente, por sus comunidades y sacerdotes que viven su ministerio sacerdotal como un don y una gracia de Dios inmerecida, que los hace entregarse sin medida.
Por esto y mucho más… vale la pena amar el sacerdocio de Cristo y hacerlo amar.